En el baúl de los papeles...
Revolviendo papeles, encontré unos hermosos suplementos de el diario "El Entre Ríos" que se llamaban Cultura y Educación. Elegí para transcribir, el que salió el miércoles 27 de julio de 1994. Lo escribe Ofelia de Elía de Bertollyoti y habla de las maestras de su infancia.
Antes de meterme de lleno en ello quiero contarles quien fue Ofelia, para mi. Desde pequeña escuché hablar de ella porque fue maestra de mi mamá, había sido algo así como un hada madrina para ella, porque en momentos económicos difíciles, la señora les compraba las cosas para que pudieran ir a la escuela, además de enseñarles con dedicación y cariño. Con los años la fui conociendo un poco mas, era vecina de mi tía abuela María Ester, tenía una de las casas mas bonitas del pueblo y un jardín precioso (quién no fue a sacarse fotos allí, cuando tuvo un momento feliz en su vida). También trabajaba en la parroquia era catequista y decoraba la iglesia para los eventos importantes, era ademas de maestra, escritora y en la radio muchas veces se leían poemas de ella.
Cuando me fui a vivir con mi tía, pude conocerla mejor y disfrutar muchas tardes de su agradable compañía, se cruzaba a tomar mate de te, con alguna labor en sus manos, el diario de regalo para mi tía (que era inválida) algo rico para comer y alguna linda anécdota para contar.
Recuerdo especialmente una tarde de frío que me crucé a pedirle "no se qué" la cuestión es que terminé sentada en su living tomando mate con su cuñada, ambas relatando historias de cuando eran docentes en la escuelita rural, en tiempos de inundación, recordando qué hombres de hoy eran los niñitos de entonces...y así cientos de historias hilvanadas nos llevaron a la carpeta de poemas que Ofelia guardaba de su adolescencia, tímidamente pregunté ¿la podría ver? -Pero siii querida- y me trajo unos papeles amarillos con una letra bellisima y me dijo- llevalos, cuando quieras me los devolves. Salí de esa casa llena de dicha como llevando un tesoro, tenía tanta emoción, había pasado un momento mágico como el de los cuentos de Luisa Alcott.
El tiempo transcurrió raudo y veloz, luchó contra el cáncer sin desfallecer, me hizo un precioso ramo de novia para una de las noches mas felices de mi vida, me lo llevó con su rosario de cristal de roca para que entre a la iglesia sin que me falte nada...como ven mis recuerdos son pura belleza, así era ella una artesana de las cosas hermosas, ya está en el cielo descansando en paz, siempre la recuerdo y hoy la evoco con este escrito suyo que les regalo para que lo disfruten...(repasé en rojo la frases que mas me impactan)
LA ESCUELA Y
AQUELLAS MAESTRAS
La ternura de un juguete,
El rumor del manantial
La dulzura del racimo,
La armonía del zorzal
Y el contento de mi mano
que aprendió a escribir mamá.
Cuando uno
tiene 4 añitos se aferra con mas cariño o predilección a algunas personas que
comparten distintos momentos de su vida. Yo pasaba prácticamente todo el día en
la casona de la abuela rodeada de gente, que llegaba, que se iba, que vivía
allí…
Recuerdo
particularmente a un señor Perti oriundo de Concordia que era viajante de
comercio dedicado especialmente a la venta de golosinas. De sus bolsillos tocados
como por una varita mágica surgían para mi caramelos, galletitas y
chupetines…los otros personajes especialmente queridos fueron las maestras.
Generalmente llegaban cuando empezaban las clases y se iban cuando se iniciaban
las vacaciones.
Cuando ellas
desparramaban sobre la mesa, libros, cuadernos, útiles yo trepaba rápidamente a
una silla a la que le colocaba un almohadón para que alcanzara mas altura y
comenzaba a pedir…¿me das un lápiz?...¿y un papelito? Jugando, jugando…aquellas
queridas maestras me enseñaron los primeros ceritos, palotes, dibujitos, pero
después fueron aquellas mujeres cariñosas y quizá un poco aburridas en aquel
pequeño pueblo las que jugaron con una chiquilla inquieta, charlatana y
pizpireta le enseñarona leer cuando todavía no tenía 5 años.
Cuando cumplí
6 años como todos los niños empezó mi madre los preparativos para ir a la
escuela. En una percha el guardapolvo de brin, blanco, planchado con almidón,
con mucho trabajo por cierto con aquellas planchas calentadas a carbón. ¡Qué fácil
es ahora lavar y planchar guardapolvos! Cuántas veces mis manitas acariciaban
el guardapolvo, acomodaron en otro sitio las alpargatitas de lona azul
ribeteadas de blanco o la maletita que con una sola manija se llevaba terciada
entre el pecho y la espalda. Yo soñaba con ir a la escuela y la noche anterior
a mi primer día de clases no podía dormirme. En la maletita había solamente un
cuadernito forrado con papel araña el único que se conseguía en el almacén
porque no había librería, la primera sería la de la señorita Sara Ballay años
después, también una cajita de madera en cuyo interior había un lápiz y una
goma, después me regalaron unas tizitas de colores (así se llamaban)
¡Qué hermosos útiles
tienen los chicos ahora! ¡Qué surtido de cosas bonitas e innecesarias, papeles
de colores, útiles de geometría, gomas perfumadas, fibras y brillitos de todos
los tipos, canoplas de mil modelos, mochilas de todas clases y tamaños! Y ¡qué
coquetos van los escolares a la escuela!
Yo solo se que
fui inmensamente feliz en mi infancia con muy pocas cosas, especialmente cuando
empecé ir a la escuela.
Nunca recorría el camino para ir o volver caminando,
siempre iba dando saltitos a pesar de las recomendaciones de mi madre al
despedirme: Por favor Negrita, no corras, ni saltes, debes ir caminando y con
cuidado!
Quizá alguno de mis compañeros haya tenido y usado como yo una
pizarra, si, era un trozo de pizarra que enmarcada con madera y con dos
piolitas de las que colgaban dos borradorcitos hechos con trocitos de género. Uno
se mojaba para borrar con el otro se secaba. En ella se escribía con un
lapicito especial y había que llevarla
con cuidado porque lo que se escribía en ella se borraba apenas se rozaba con
algo.
Yo se que los sueños que sueñas
Maestra, tu vocación
Pide una ronda de delantales
Blancos
Frente al misterio del pizarrón…
En primer
grado mi maestra fue la señorita Ester Cottet, la directora de la escuela era
la señorita Clara Cristen. No puedo separar las figuras de ambas al recordarlas.
Vivieron tantos años años juntas en la escuela nueva que había hecho la
Cooperadora, hicieron de esa pequeña población el lugar donde pasaban la mayor
parte del año, allí vivieron y cultivaron la amistad de mucha gente, hicieron
realidad su vocación de enseñar, hermosearon y cuidaron con esmero esas
habitaciones donde vivieron y en las cuales tuvieron su hogar. En la docencia
dejaron una parte muy larga de su vida, a las que le dedicaron sus luchas, sus esfuerzos, su trabajo de
muchos años, postergaron sus sueños juveniles, postergaron el amor, postergaron
sus propios hijos para dedicarse a educar los hijos de los demás…Las dos se
casaron después de jubilarse y poco tiempo disfrutaron de esa vida nueva que
había llegado demasiado tarde.
La señorita Clara era alta, esbelta, fina, casi
distinguida, de modales mesurados y con un gusto especial para vestir. La
señorita Ester era mas baja y mas rellenita, simple, de sonrisa rápida y con un
corazón que no le cabía en el pecho. Era la maestra especial para primer grado,
yo que ejercí la docencia 38 años pienso que la maestra de primer grado tiene que tener una
personalidad adecuada especialmente para recibir a esas pequeñas personitas que
llegan por primera vez a la escuela. Era paciente con caricias prontas, con
tono amable y sencillo, un cuento contado por ella era una teatralización,
corría saltaba, se reía, cambiaba las voces, una maravilla para nuestros ojos
azorados. Yo conocía a las dos señoritas antes de ir a la escuela, porque íbamos
a ellas con mis tías, a cambiar libros de la biblioteca que atendía la señorita
Ester. Gracias a Dios en mi familia siempre se leyó y siguen leyendo sus
descendientes. Las lámparas de kerosene en la habitación de mis abuelos se
apagaba muy tarde, mas de 50 años recibió mi abuelo “La Nación” especialmente
interesado en los avatares de la guerra que comentaba con algún vecino, la
abuela leía “El Entre Ríos” que le traía noticias de su solar natal. Llegaban a
casa también “Selecciones”, “Para Ti”, “Pampa Argentina” y para mi Billiken. La dos
maestras dedicaban todo el tiempo que le dejaba las tareas aúlicas a tejer,
hacían primores con las agujas y las lanas, las veía cambiar revistas o muestras
de distintos puntos y me llamaban la atención unos delantalitos preciosos con
dos ojales por donde metían los ovillos.
El edificio de
la escuela tenía las aulas una al lado de otra con sus puertas que se abrían sobre
un corredor con algunas macetas, en el extremo opuesto estaban las habitaciones
de las maestras. En la parte de atrás había un patio con algunos juegos. En el
frente había otro patio firme donde estaba el mástil. Allí jugábamos en los
recreos a la rayuela, a la mancha, al ratoncito, la sillita de oro. Y tantos…Un
tiempo aparecía un juego y después aparecía otro. Pero lo mas bello que tenían
los recreos era cuando el patio se llenaba con las voces de nuestras rondas. Las maestras, especialmente
Ester, formaban parte de ellas y nos enseñaban otras nuevas. Tuve la inmensa
felicidad muchos años después de formar la ronda con mis niños y enseñarles
esos cantos tan ligados a la niñez ya lejana. ¡Qué bello allá arriba confundiéndose
con el cielo flameaba la bandera de la patria, abajo un montón de chiquilinas
con blancos guardapolvos cantaban:
Farolera tropezó y en la calle se cayó
Y al pasar por un cuartel
Se enamoró de un coronel…
Alcen las barreras para que pase la farolera
Dela puesta del sol…
Otras maestras
que recuerdo fueron Ester Meyer Castellanos, Clotilde L. de Ballay, Odila
Sabatini, Gloria Morard, Angela Porri.
Quiero recordar
porque ocupó un lugar muy importante en mi niñez a la Sra. de Ballay. Mi padre y
su esposa Melitón (Rubio) Ballay fueron mis amigos. Especialmente me acuerdo
del cariño con que nos trataba y de sus carcajadas francas y contagiosas. Fue una
maestra excelente y una madre ejemplar. Yo entraba en casa por una puerta y
salía siempre por la cocina, donde había una muchacha que le ayudaba con las
tareas y siempre nos invitaba con algo. ¡Qué manía tienen los chicos de pensar
que todo lo que se come en casa ajena es mas rico! Con sus hijos Rubén, "René y
Mirna (Niní) que años mas tarde sería la directora de la escuela de La Clarita
compartimos, con mis hermanas muchos juegos y aventuras de la infancia.
Hasta la próxima.
Laura.
¡Muy bueno! Creo que no hay persona que haya conocido a Ofelia sin llevarse algo bueno de ella.
ResponderEliminarY que huellas!!!!!muy grandes e imborrables...
ResponderEliminarAsí como ella habla de sus maestras fue ella PURO AMOR!!!!
Aprendí tanto con ella!!!!!
Como se la extraña en el pueblo!!!!