En la feria del
libro me pude comprar “El corral de la infancia” de Graciela Montes un libro sobre literatura infantil que hace
mucho quería leer. Comencé muy entusiasmada pero resulta que llegué a un punto
en que dudé y casi tiro el libro a la basura voy a transcribir el texto que me
impactó (a ver que sienten uds.) Lo escrito en negrita es mío.
“Empecemos por el
principio: nace un niño. ¿Y qué es un niño a fin de cuentas? Un raro, un
diferente. Al comienzo ni siquiera es fácil reconocerlo como humano, como retoño
de la propia humanidad. Es el salvaje, el animal, el que ni siquiera tiene la
palabra (el in-fante); el sucio, además, incapaz de controlar su mierda; el
gritón, el incomprensible. A Alicia, la del País de las Maravillas, una niñita
tan educada, tan humanizada ya, le bastó tener uno de esos engendros en brazos
para descubrir su verdadera naturaleza: se trata de una criatura tan asombrosa
como la que descubrían sus contemporáneos exploradores de África y de Australia; un
animalito gritón, dificílisimo de sostener, que gruñe y ronca como una
locomotora, que se enrosca y se estira como una estrella de mar, y que, como
era de prever, termina convirtiéndose en cerdo. (ver el capítulo cerdo a la
pimienta de Alicia en el país de las maravillas)
El recién nacido
es el animalito, el “casi cosa”, el que no puede, el incapaz. O tal vez no un
incapaz- piensan algunos sino un capaz de muchas maldades. Porque algunos lo
encuentran muy malo de a ratos, peligroso. Grita tanto, berrinchea de tal
manera que incluso es posible que sea el Maligno en persona, un autentico
demonio, “la piel de Judas”. Algo que a nadie puede llamar la atención si se
tiene en cuenta su mancha de nacimiento, el pecado original,que lo convierte en
el jugo de la raza, en el extracto de la culpa de la especie.
En todo caso,
animalito o demonio, de algún modo hay que controlarlo, fajarlo, entrenarlo,
disciplinarlo. Hasta golpearlo, exhorcizarlo y mutilarlo si hace falta, o
arrojarlo, si no queda más remedio, de lo alto del monte Taigeto.
Bueno, no se como llegué hasta ahí, me pareció horrorosa
la descripción, me ahogaba, no quería pensar que la autora pensaba así,
peeero muy conciente de lo que escribió
y haría sentir prosigue…
Sin embargo- las
cosas nunca son sencillas-, el recién llegado también es delicioso y conmueve. Es
el Inocente, el tierno, el seductor, el jugoso, el fresco, el deseable, el angelito de Dios, el niñito
Jesús. Hay que protegerlo,, mimarlo, acariciarlo, comérselo a besos. Es el
reparador, el redentor de todas nuestras culpas, el bueno, lo mejor que
tenemos, la única esperanza, el hijo, la alegría de la casa.
Ahora si después
de este último párrafo volvemos a respirar aliviados. (qué viva cómo nos atrapó y anticipó lo que sentiríamos) Ahora sí
que nos reconocemos como buenos adultos. Es esta la imagen que preferimos, las escenas que evocamos, son ahora mas familiares, mas
domésticas, menos drásticas y dramáticas que aquella mítica del ogro comeniños.
Ya no se piensa en bosques aterradores y en grandes mandíbulas insaciables sino
en madres y padres comunes y corrientes, en nodrizas, en maestros, en adultos
envolviendo niños en largas fajas, por ejemplo, o llevándolos en brazos, o
enderezándolos con la vara en la mana, o poniéndoles acíbar en las uñas para
que no se las coman o enseñándoles las declinaciones en latín, o disfrazándolos
y haciéndolos bailar, o besándolos y mordisquiándoles la nuca, o haciéndolos
saltar en las rodillas.
y sin embargo, en
cierto modo, ahí está el ogro, porque ahí está la infancia. Y porque lo que
hace que la infancia sea la infancia, lo que la define, es la disparidad, el
escalón, la bajada. Adulto-niño, grande-chico, maestro-alumno, el que sabe y el
que no sabe, el que puede y el que no puede. O desparejo. Una relación marcada irremediablemente
por la hegemonía. En primera y última
instancia una relación de poder que acarrea la dominación cultural, como un
trencito.
Las distintas
maneras en que cada uno se relaciona con su propia infancia, el modo en que la
repara y reconstruye día a día, esforzada y afanosamente, termina por dibujar
una historia personal. Del mismo modo, las distintas maneras en que se han
relacionado los padres con sus hijos en los distintos momentos de la historia
de las culturas (…) terminan por dibujar una historia de la infancia.
Es realmente interesante lo que plantea, fuerte, sin concesiones, así es Graciela. Ya me convencí que no estoy leyendo un dulce librito sobre infancia. Je je
Hasta la próxima.
Laura.
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