jueves, 6 de junio de 2013

Una apreciación del Corral de la infancia.

En la feria del libro me pude comprar “El corral de la infancia”  de Graciela Montes un  libro sobre literatura infantil que hace mucho quería leer. Comencé muy entusiasmada pero resulta que llegué a un punto en que dudé y casi tiro el libro a la basura voy a transcribir el texto que me impactó (a ver que sienten uds.) Lo escrito en negrita es mío.

“Empecemos por el principio: nace un niño. ¿Y qué es un niño a fin de cuentas? Un raro, un diferente. Al comienzo ni siquiera es fácil reconocerlo como humano, como retoño de la propia humanidad. Es el salvaje, el animal, el que ni siquiera tiene la palabra (el in-fante); el sucio, además, incapaz de controlar su mierda; el gritón, el incomprensible. A Alicia, la del País de las Maravillas, una niñita tan educada, tan humanizada ya, le bastó tener uno de esos engendros en brazos para descubrir su verdadera naturaleza: se trata de una criatura tan asombrosa como la que descubrían sus contemporáneos  exploradores de África y de Australia; un animalito gritón, dificílisimo de sostener, que gruñe y ronca como una locomotora, que se enrosca y se estira como una estrella de mar, y que, como era de prever, termina convirtiéndose en cerdo. (ver el capítulo cerdo a la pimienta de Alicia en el país de las maravillas)
El recién nacido es el animalito, el “casi cosa”, el que no puede, el incapaz. O tal vez no un incapaz- piensan algunos sino un capaz de muchas maldades. Porque algunos lo encuentran muy malo de a ratos, peligroso. Grita tanto, berrinchea de tal manera que incluso es posible que sea el Maligno en persona, un autentico demonio, “la piel de Judas”. Algo que a nadie puede llamar la atención si se tiene en cuenta su mancha de nacimiento, el pecado original,que lo convierte en el jugo de la raza, en el extracto de la culpa de la especie.
En todo caso, animalito o demonio, de algún modo hay que controlarlo, fajarlo, entrenarlo, disciplinarlo. Hasta golpearlo, exhorcizarlo y mutilarlo si hace falta, o arrojarlo, si no queda más remedio, de lo alto del monte Taigeto.
Bueno, no se como llegué hasta ahí, me pareció horrorosa la descripción, me ahogaba, no quería pensar que la autora pensaba así, peeero  muy conciente de lo que escribió y haría sentir prosigue…
Sin embargo- las cosas nunca son sencillas-, el recién llegado también es delicioso y conmueve. Es el Inocente, el tierno, el seductor, el jugoso, el fresco,  el deseable, el angelito de Dios, el niñito Jesús. Hay que protegerlo,, mimarlo, acariciarlo, comérselo a besos. Es el reparador, el redentor de todas nuestras culpas, el bueno, lo mejor que tenemos, la única esperanza, el hijo, la alegría de la casa.
Ahora si después de este último párrafo volvemos a respirar aliviados. (qué viva cómo nos atrapó y anticipó lo que sentiríamos) Ahora sí que nos reconocemos como buenos adultos. Es esta  la imagen que preferimos, las escenas que  evocamos, son ahora mas familiares, mas domésticas, menos drásticas y dramáticas que aquella mítica del ogro comeniños. Ya no se piensa en bosques aterradores y en grandes mandíbulas insaciables sino en madres y padres comunes y corrientes, en nodrizas, en maestros, en adultos envolviendo niños en largas fajas, por ejemplo, o llevándolos en brazos, o enderezándolos con la vara en la mana, o poniéndoles acíbar en las uñas para que no se las coman o enseñándoles las declinaciones en latín, o disfrazándolos y haciéndolos bailar, o besándolos y mordisquiándoles la nuca, o haciéndolos saltar en las rodillas.
y sin embargo, en cierto modo, ahí está el ogro, porque ahí está la infancia. Y porque lo que hace que la infancia sea la infancia, lo que la define, es la disparidad, el escalón, la bajada. Adulto-niño, grande-chico, maestro-alumno, el que sabe y el que no sabe, el que puede y el que no puede. O desparejo. Una relación marcada irremediablemente  por la hegemonía. En primera y última instancia una relación de poder que acarrea la dominación cultural, como un trencito.
Las distintas maneras en que cada uno se relaciona con su propia infancia, el modo en que la repara y reconstruye día a día, esforzada y afanosamente, termina por dibujar una historia personal. Del mismo modo, las distintas maneras en que se han relacionado los padres con sus hijos en los distintos momentos de la historia de las culturas (…) terminan por dibujar una historia de la infancia.

Es realmente interesante lo que plantea, fuerte, sin concesiones, así es Graciela. Ya me convencí que no estoy leyendo un dulce librito sobre infancia. Je je


Hasta  la  próxima.
Laura.

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