Preparando unos
temas para trabajar con docentes me puse a leer un libro de Beatriz Goris
llamado “Las Ciencias Sociales en el Jardín de Infantes”.
Ella antes de
adentrarse en temas estrictamente pedagógicos hace una introducción e invita a
pensar en nuestra propia infancia, los recuerdos, las vivencias. Pero dice ella
no solo recordar sino preguntarnos cómo mirábamos el mundo, que ideas teníamos
de la realidad, de los adultos, de la vida. Y sigue….
Le cuento. Yo viví
hasta los siete años en la casa de mis abuelos paternos, y luego mis padres se
mudaron a una nueva casa; en esa época de mi primera infancia, una de mis
mayores desilusiones fue cuando mi mamá me dijo que el té y el café se hacían
con agua; si leyó bien, estos productos perdieron ante mi mirada todo su valor:
“¡agua!”.
Recuerdo cuando un
gato mató a un pajarito, el equilibrio de la naturaleza no entraba en mi
pequeña cabecita: ¡era tan terrible el acontecimiento!
Yo tenía dos
amigos, Pilar y Ángel ; vivían en la
casa de la esquina; ellos tenían unos primos que para comer colocaban la mesa
entre las dos camas. La idea me había parecido maravillosa: comer sentado en la
cama. La desigualdad tampoco entraba en mi mirada del mundo: esa familia no
tenía otra posibilidad espacial ni económica.
Mi otro amigo,
Cachito, tenía una manifiesta discapacidad mental, pero la discapacidad no
formaba parte de mi evaluación del mundo: Cachito era mi amigo, alto y
delgadito, y cuando jugábamos en la vereda de una lindísima calle de tierra, ya
que el asfalto llegaba solo hasta la esquina- dicho sea de paso, las calles de
tierra tienen en los días de lluvia un olor inigualable y especial-, Cachito me
defendía de cualquier peligro.
Enfrente de mi
casa, vivía Oscarcito, un hijo único muy sobreprotegido; vivía en una casa
enorme, de estilo inglés, con una fuente en el jardín. Cuando recuerdo esto, me
doy cuenta de que yo evaluaba el mundo por lo afectivo; no recuerdo a mis
amigos por sus posibilidades: las diferencias las marcan los adultos.
Verdaderamente el texto
emociona y es real…uno se pone a pensar en la propia infancia y es cierto que
desde la panza vamos tomando ideas del mundo, muy rudimentarias al principio, cada vez mas complejas con el paso
del tiempo.
Yo viví y crecí en
el campo, nunca me di cuenta de la libertad que tenía ante mi, hasta que tuve
que vivir en la ciudad, donde, por ejemplo no se ve el cielo completo y de
noche se aprecian pocas estrellas.
Recuerdo que un
día encontré un huevo de color, le pedí por favor a mi mamá que me lo cocine
especialmente para mí, cuando lo saca y empieza a pelarlo (yo expectante porque
por primera vez comería un huevo marrón) casi me desmayo cuando veo que era
blanco adentro, ahora ni lo quiero dije y mami que no sabía cómo disculparse
por no haber captado lo que mi cabecita imaginaba…claro que no fue muy severo
el trauma, pero los pequeños están llenos de ideas, de pensamientos acerca de
las cosas, eso es lo que nos mueve a aprender (con el riesgo de
desilusionarnos).
Con mis hermanas
siempre recordamos que pensábamos que al viento lo generaban los arboles (era
lógico, cuando los árboles se mueven ¡¡hay viento!!).
En mi casa al
comedor lo llamábamos “la pieza de jugar” me llevó mucho tiempo comprender el
concepto de comedor aplicado a ese espacio de hogar, yo era ya bien grande y
seguía llamándolo pieza de jugar jeje.
En casa la comida
se hacía en una cocina a leña, siempre había fuego crepitando, ceniza en el
piso, leña al lado y una pava negra, con agua caliente (cuando no tenía se
armaban serias discusiones sobre quién no la había vuelto a llenar), viviendo
en la ciudad noté como las docentes sentían pena de los niños que iban “con
olor a fogón” como si fueran sucios o sus madres descuidadas, claro!!ellas no
imaginan que ese olor impregna todos los rincones de la casa mas pulcra…y que
no tiene un solo significado….
En casa siempre
hubo perros pero no adentro, eran grandes, para jugar, para avisar si llegaba
alguien, y para “ayudar en el campo”, fue raro con el tiempo descubrir coquetos
perritos bañados, vestidos, sacados a pasear (en Buenosaires un chico lleva un montón
juntos, son de muchas personas que le pagan para que los lleve ¿¿¿???)…
Para los niños de
campo las yerras y carneadas son días de fiesta, hay preparativos previos, hay
que “conseguir la gente” que vendrá a ayudar, hay que matar animales,(juntarles
la sangre, lavarles las tripas porque ahí adentro van los salamines, separar vísceras,
despostar la carne) cuando se castra y se marca se lastima a un animal, ustedes
creen que yo lo vivía así ¡¡jamás!! Formaba parte de un hecho sumamente
natural, reconozco que trataba de no mirar el momento en que mataban la vaca o
el chancho pero sabía perfectamente lo que sucedía, no me disfrazaban el hecho
con ningún cuento.
Y pensar que hoy conocemos movidas bastante fuertes de gente
que se ha vuelto vegetariana porque no comprende ni acepta estos hechos, y en
el medio miles de ideas o tal vez no ideas ¿nos hemos preguntado de que esta
hecha y cómo la rica morcilla que devoramos en la parrilla? Seguramente no, y
no está mal.
A lo que voy, es
que cada hecho cotidiano, humano o social, contiene un entramado muy complejo
que apenas vislumbramos,sin embargo es apasionante asomarse y atrevernos a
invitar a los niños, que son curiosos por naturaleza (pero la curiosidad se
estimula o se atrofia según corresponda) y se hacen ideas de todo lo que ven y
tocan…
Viviendo en el
campo papá trabaja afuera pero va y viene a casa, se toma un descanso, nos
tomamos un día para ir a la ciudad de compras o a hacer trámites, nos llama
para ayudarle…cuánto me cuesta ahora aceptar los rígidos horarios que debe
cumplir mi esposo…por otro lado mi mamá podía ser ama de casa pero también trabajar
afuera, a la par de mi papá haciendo delicados trabajos como huerta, jardín,
injertos, recolectar huevos o rudos, como sostener una vaca, alimentar mil
pollos con pesados tachos llenos de alimento, ayudar a reparar un alambrado,
etc hasta el infinito.
De pequeña (y no
tan pequeña) también creía que toda la gente de campo vivía igual y solo era
diferente la de ciudad, hoy sin embargo sabemos que hay gente de campo muy
adinerada, poco adinerada y muy pobre también, lo mismo que en la ciudad.
Por eso nunca se
insiste lo bastante en una de las características de las Ciencias Sociales que
es la COMPLEJIDAD, todo acto, hecho, aspecto humano es complejo y tiene
variadas explicaciones, diversas voces, por esto se dice que un contexto muy
conocido puede no serlo tanto según desde donde lo observamos o indagamos,
muchas veces tenemos que sacudir las ideas para pensar de manera mas abierta y
creativa, y esto nos llevara a mas conocimiento pero lo que a mi me encanta es
que nos llevará a mejores conocimientos, mas profundos, realistas, ciertos…
Beatriz concluye
el párrafo diciendo que ella medía todo por lo afectivo, es realmente
maravilloso, pensando en lo que yo recordé podría decir lo mismo porque fue una
infancia felíz y rodeada de afectos, pero diría además que medía muchas cosas
desde la inocencia y la naturalidad con que los hechos suceden y las cosas
son:tengo estampas muy grabadas, que los días de melancolía afloran con fuerza:
paisajes, olores, sensaciones, colores, aventuras, anécdotas…mi infancia es un
paseo por las cuatro estaciones con todos los sentidos dispuestos…
Hasta la próxima
Laura
Totalmente cierto!!!
ResponderEliminarLas nubes eran el humo que se iba al cielo... La sopa y el guiso no eran "comidas de pobres" y eran tan ricos. Las naranjas y las mandarinas eran algo diario y NO costaban nada (bah! Si bajar las mas altas del árbol; que eran las mas ricas) y cuantas cosas mas...
Muy bueno hermanita!!!