Las investigaciones están demostrando que existen diferencias y que eso incide en el comportamiento de varones y mujeres.
En pleno siglo XXI, está ocurriendo una revolución científica igual a la de
la era espacial: la exploración del universo interior. Por obra y gracia del
mapeo del genoma humano, hoy podemos determinar el alcance de los genes, tanto
en las enfermedades como en el comportamiento. La existencia de la resonancia
magnética y de la tomografía permiten observar los procesos cerebrales con gran
exactitud. También se conocen los sitios en los que se procesan las emociones,
las percepciones, la memoria y las actitudes.
Se sabe que varones y mujeres piensan distinto, pero hasta ahora se lo
atribuía a las hormonas sexuales o a las presiones sociales. Poco a poco,
la ciencia está comenzando a demostrar que existen reales diferencias y que
esas diferencias son una de las muchas causas por las que somos distintos.
La norteamericana Laura Brizendine es una de la científicas que más está
colaborando en este cambio de concepción. En su libro El cerebro femenino, uno
de los más vendidos de los últimos tiempos, afirma que conocer la idiosincrasia
natural de cada género es fundamental para entendernos y llevarnos mejor.
Para ella somos diferentes y lo constata a través de sus investigaciones de
anatomía cerebral, realizadas en The Women’s Mood & Hormone Clinic, donde
está abocada a investigar cómo las hormonas influyen en las
actitudes femeninas.
“Desde la concepción hasta las ocho semanas de vida fetal, todos tenemos
circuitos cerebrales de tipo femenino. Después, los diminutos testículos del
feto masculino empiezan a liberar enormes cantidades de testosterona que
impregnan los circuitos cerebrales y los transforman al tipo masculino”, dice
Brizendine y agrega: “Como el cerebro de las mujeres no se ve expuesto a
tanta testosterona, ellas nacen con circuitos que son mayores en algunas zonas,
como la del oído y la de las emociones. En los varones, en cambio, el espacio
reservado al sexo es dos veces y medio más grande que el de las mujeres”.
A partir de allí, la reconocida investigadora llegó a una serie de
conclusiones que expuso en su libro. Éstas son algunas de ellas:
•Siempre se dijo que las mujeres eran menos
inteligentes porque su cerebro es más chico. Esto no es cierto. La anatomía cerebral
demuestra que varones y mujeres tienen el mismo promedio de inteligencia. Y
poseen un número similar de conexiones cerebrales, pero en la mujer se
concentran en un cerebro más pequeño y están repartidas de una forma diferente.
•El cerebro femenino es más apto para la empatía y la
captación de matices emocionales. El cerebro masculino tiene más espacio
dedicado al impulso sexual y centros más desarrollados para la acción y la
agresividad.
•Las hormonas tienen una enorme influencia en las
mujeres. En ellas se producen más cambios a lo largo de la vida. Por lo general, en
la etapa fértil, los cambios se dan en función del ciclo menstrual. Está
demostrado que las mujeres están muy condicionas por las hormonas.
•El cerebro de unas y otros es definitivamente
distinto. Más allá de las pautas culturales, nuestra estructura biológica nos hace
diferentes. Brizendine cuenta una anécdota: “Una de mis pacientes le regaló a
su hija de 3 años muchos juguetes unisex; entre ellos, un vistoso coche de
bomberos. La madre irrumpió una tarde en el cuarto de su hija y la encontró
acunando al vehículo en una mantita, meciéndolo y diciendo: ‘No te preocupes,
camioncito, todo irá bien’. Esto no es producto de la socialización. Aquella
chiquita no acunaba a su camioncito porque su entorno hubiera moldeado así su
cerebro unisex. No existe un cerebro unisex. La chiquita nació con un cerebro
femenino, que llegó completo, con sus propios impulsos”.
•Las chicas se interpretan en función de las
interacciones con los demás. Aprenden a leer las caras desde que
nacen; tienen más comunicación emocional. En ese sentido, las mujeres están más
programadas para mantener la armonía social. Lo tienen adentro, es parte de su
naturaleza, hasta puede convertirse en una cuestión de supervivencia. “Muchas
mujeres encuentran alivio biológico en compañía de otra; el lenguaje que
conecta a las mujeres entre sí es el pegamento”. Esto, en cambio, no sucede con
los varones. Por eso, muchas mujeres sufren por el diferente patrón de
comunicación de sus parejas. Llama la atención lo diferente que es la reacción
ante el conflicto y el estrés de las relaciones. Según la neuropsiquiatra, los
varones pueden llegar a disfrutar con el conflicto, mientras que en las mujeres
se desencadenan reacciones hormonales negativas.
• Las mujeres lloran con mucha más facilidad. Normalmente, ellos
recién se dan cuenta de que algo anda mal cuando las ven llorar a ellas. Esta
actitud está absolutamente relacionada con la certeza de que están mucho más
imposibilitados para leer de igual manera los rasgos emocionales.
Los estudios del cerebro están también permitiendo entender el dolor físico
y buscar nuevas formas para reducirlo. Hay evidencias de que las mujeres y las
hembras padecen más dolor que los hombres y los machos. La científica Anne
Murphy, de la Universidad de Georgia, Atenas, está tratando de descubrir por
qué el dolor crónico afecta más a las mujeres que a los varones y asegura que
ellas tienen un circuito del dolor diferente. Esto ayudaría a buscar
analgésicos más efectivos para las mujeres.
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