Dejo esta valiosa
apreciación de Harry Hochstaet en su libro “Aprendiendo de los chicos en el
jardín de infantes” el autor además de docente es psicólogo y en todo el libro
desnuda las “cuestiones inconscientes” que subyacen en todo el quehacer
docente, muchos capítulos son valiosos y recomiendo el libro. Dejo este párrafo
porque pocos autores hablan de este tema y él lo hace “yendo al frente” muchos
se sentirán identificados y sonreirán con más de una frase…
El informe: una
redacción solitaria.
La elaboración del
informe es el momento en el cual, por primera vez en el año, el maestro se
quedará a solas para hablar de sus chicos. Es un momento en el que sale de la
rutina acostumbrada de diálogo, juego e interrelación con el grupo, un momento
en el que cambia su rol habitual de maestro, su lenguaje e incluso su lugar de
observación. En su interior pasa de ser juez y parte, a ser maestro y redactor;
de dialogar con los padres a hacerlo consigo mismo, de descubrir el pequeño
espacio que media entre la observación y la denuncia a ver el abismo que media
entre las páginas del informe y la charla en la puerta del aula.
Se trata de un
dialogo interno, más bien una discusión agitada que se suscita no bien escribe
y borronea las primeras líneas. Apenas expresada la primera palabra que le
suena contundente, aquella que parece sintetizar lo que piensa, advierte que
esa misma palabra lo induce a cuestionar su propio lugar, su derecho y su aval
para emitir una opinión.
De ahí en más
surge la duda: ¿lo suyo es opinar, describir, evaluar…? Sus roles internos se
alternan y se alteran. De esa discusión suele surgir un discurso que pretende
conformar a unos y a otros, neutralizando finalmente aquella frase con la que
comenzó. Surge entonces la tentación de refugiarse llenando casilleros vacíos, explícitos
o no, que le garantizan su equidad en el informe. A partir de aquí logrará
cierta paz. No será el quien jerarquice los datos ni deba priorizarlos. Por el
contrario, la información será amplia y exhaustiva, sin que ningún detalle
quede al margen. Los padres podrán así confirmar su prolijo y ecuánime conocimiento de su hijo.
Pero también podrá optar por una variante más dinámica. Alternar en el informe
el señalamiento de algunos problemas, con la mención de progresos y adelantos. “Una
de cal y otra de arena”. Logrará así desaparecer detrás de sus propias líneas, autodenominándose
en tercera persona, como el “adulto”, entre otras expresiones que tienden a
disimular la primera persona que hasta ahora ha interactuado con el niño.
Mientras escribe
parece ensayar un diálogo con los padres o con sus supervisores. Su lugar se
desdibuja. Tiene claro cuál es el punto en que todas sus ideas convergen pero
procura mantenerlas separadas y mantenerse en la mera descripción, con la
secreta expectativa de que aquella realidad no expresada en los renglones pueda
leerse entre líneas.
Este suele ser el
clima que rodea la redacción de los primeros informes, aquellos en que las
palabras brotan y las ideas pugnan por salir, pero se complica con los últimos,
que suelen ser los que le generan mayor dificultad y por eso se los ha dejado
para el final.
Sin darse cuenta,
el maestro va adquiriendo ciertas fórmulas de comienzo y finalización: maneras
de adjetivar, secuencias, orden y formas de describir, calificativos de un
mismo voltaje y secuencias parecidas que no permiten distinguir unos informes
de otros, ni reconocer en ellos las diferencias que tan claramente saltan a la
vista en el aula. Una aparente ecuanimidad tiende a ocultar sus opiniones, a
disfrazar las distintas relaciones que lo unen a cada uno de los chicos, evita
los cuestionamientos y hace del maestro un observador no participante de sus
propios informes….
Hasta la próxima
Laura
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