miércoles, 27 de marzo de 2013

INFORMES EN EL JARDÍN



Dejo esta valiosa apreciación de Harry Hochstaet en su libro “Aprendiendo de los chicos en el jardín de infantes” el autor además de docente es psicólogo y en todo el libro desnuda las “cuestiones inconscientes” que subyacen en todo el quehacer docente, muchos capítulos son valiosos y recomiendo el libro. Dejo este párrafo porque pocos autores hablan de este tema y él lo hace “yendo al frente” muchos se sentirán identificados y sonreirán con más de una frase…



El informe: una redacción solitaria.

La elaboración del informe es el momento en el cual, por primera vez en el año, el maestro se quedará a solas para hablar de sus chicos. Es un momento en el que sale de la rutina acostumbrada de diálogo, juego e interrelación con el grupo, un momento en el que cambia su rol habitual de maestro, su lenguaje e incluso su lugar de observación. En su interior pasa de ser juez y parte, a ser maestro y redactor; de dialogar con los padres a hacerlo consigo mismo, de descubrir el pequeño espacio que media entre la observación y la denuncia a ver el abismo que media entre las páginas del informe y la charla en la puerta del aula.
Se trata de un dialogo interno, más bien una discusión agitada que se suscita no bien escribe y borronea las primeras líneas. Apenas expresada la primera palabra que le suena contundente, aquella que parece sintetizar lo que piensa, advierte que esa misma palabra lo induce a cuestionar su propio lugar, su derecho y su aval para emitir una opinión.
De ahí en más surge la duda: ¿lo suyo es opinar, describir, evaluar…? Sus roles internos se alternan y se alteran. De esa discusión suele surgir un discurso que pretende conformar a unos y a otros, neutralizando finalmente aquella frase con la que comenzó. Surge entonces la tentación de refugiarse llenando casilleros vacíos, explícitos o no, que le garantizan su equidad en el informe. A partir de aquí logrará cierta paz. No será el quien jerarquice los datos ni deba priorizarlos. Por el contrario, la información será amplia y exhaustiva, sin que ningún detalle quede al margen. Los padres podrán así confirmar  su prolijo y ecuánime conocimiento de su hijo. Pero también podrá optar por una variante más dinámica. Alternar en el informe el señalamiento de algunos problemas, con la mención de progresos y adelantos. “Una de cal y otra de arena”. Logrará así desaparecer detrás de sus propias líneas, autodenominándose en tercera persona, como el “adulto”, entre otras expresiones que tienden a disimular la primera persona que hasta ahora ha interactuado con el niño.
Mientras escribe parece ensayar un diálogo con los padres o con sus supervisores. Su lugar se desdibuja. Tiene claro cuál es el punto en que todas sus ideas convergen pero procura mantenerlas separadas y mantenerse en la mera descripción, con la secreta expectativa de que aquella realidad no expresada en los renglones pueda leerse entre líneas.
Este suele ser el clima que rodea la redacción de los primeros informes, aquellos en que las palabras brotan y las ideas pugnan por salir, pero se complica con los últimos, que suelen ser los que le generan mayor dificultad y por eso se los ha dejado para el final.
Sin darse cuenta, el maestro va adquiriendo ciertas fórmulas de comienzo y finalización: maneras de adjetivar, secuencias, orden y formas de describir, calificativos de un mismo voltaje y secuencias parecidas que no permiten distinguir unos informes de otros, ni reconocer en ellos las diferencias que tan claramente saltan a la vista en el aula. Una aparente ecuanimidad tiende a ocultar sus opiniones, a disfrazar las distintas relaciones que lo unen a cada uno de los chicos, evita los cuestionamientos y hace del maestro un observador no participante de sus propios informes….

Hasta la próxima
Laura

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